Historia


Museo Porticum Salutis - Ocaña

Ubicación y contacto

Casa de Santo Domingo
C/ Hizojo, 1
45300 Ocaña, Toledo

Tel: 925 130 055 Fax: 925 120 871

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Fundación

Durante la cuaresma del año 1526 llegaron a Ocaña dos religiosos dominicos, invitados por el duque de Maqueda y por el párroco de Santa María, a predicar en dicha Parroquia, y después de la Pascua, en la Parroquia de San Martín. Estos hijos de Santo Domingo de Guzmán cumplieron tan satisfactoriamente su misión, que el pueblo y el párroco se presentaron a los Predicadores con la propuesta de fundar un Convento de la Orden dominicana, a fin de seguir gozando de la luz de su doctrina y de su palabra.
El 2 de julio de 1527, Carlos V expidió en Valladolid una Real Cédula en la que muy complacido accedía a la petición dando "licencia" a los frailes de la Orden de Predicadores para edificar el monasterio en Ocaña.

Los religiosos abandonar el primitivo convento lejos del pueblo y construir otro dentro del mismo según Cédula Real firmada por Dª Juana en Ocaña el 24 de diciembre de 1530.

Inmediatamente comenzaron las obras nuevas del nuevo Convento con la colaboración generosa del pueblo entero de Ocaña y el año 1539, el 2 de febrero, fiesta de la Purificación de Nuestra Señora, ya se pudo decir la primera misa con gran solemnidad. En un principio el nuevo Convento llevaba el título de "Nuestra Señora del Rosario", pero años después, en 1544, sin que sepamos por qué, a raíz de un voraz incendio que consumió todo el retablo primitivo, comenzó a denominarse "Convento de Santo Domingo"

En el edificio y en sus dependencias resplandecía la sencillez y la modestia exigidas por el espíritu de quienes fueron sus fundadores y primeros moradores. A ello animaba el deseo y empeño de vivir plenamente la vida religiosa dominicana tal y como la vivió el mismo Santo Domingo de Guzmán. Por otro lado, una obra que pretendía ser permanente exigía también dentro de la sobriedad una gran solidez. No es extraño, pues, que la construcción no pudiera ser terminada hasta el año 1605.

La Comunidad se entregó de lleno al apostolado en toda la comarca y comenzaron las solicitudes de admisión al hábito por parte de clérigos y de laicos.

Se puede deducir la importancia de este Convento por los hombres ilustres que en él se formaron y vivieron, como el P. Soto confesor del Emperador Carlos V, profesor en Oxford, eminente teólogo en el Concilio de Trento, convocado por el Papa Paulo IV. Juan Cobo, que escribió en lengua china una gramática, un diccionario, un tratado de astronomía y un tratado de "Doctrina cristiana en letra y lengua china", obra impresa en 1593 en Manila por el procedimiento xilográfico, es decir, por medio de caracteres fijos grabados en un trozo de madera rectangular. Por último, escribió "Apología de la verdadera religión" en chino "Shih-Lu". Pero se le conoce más por haber sido el primer embajador de España al Japón en 1592.

Tenemos que hacer mención de otro notable misionero, el Beato José de San Jacinto Salvanés, que profesó en este Convento en 1598. Se embarcó para Filipinas en 1605 adonde llegó al año siguiente. Destinado a Japón aprendió tan perfectamente la lengua y asimiló de tal modo los usos y costumbres de aquel imperio, que por muchos años pudo recorrer los pueblos y ciudades, confortando a los cristianos en medio de la más cruel persecución, sin que fuera descubierto. Al fin fue delatado y el 17 de agosto de1621 fue apresado y llevado a la cárcel de Omura, de donde saldría el 10 de septiembre de aquel año para morir devorado por las llamas. El 6 de julio de 1867 fue elevado al honor de los altares.

Semillero de misioneros y de mártires

Iglesia del Convento Santo Domingo de Guzman Ocaña

Después de años de gran vitalidad, sufrió el envejecimiento y la pérdida de esplendor. A finales del siglo XVIII las vocaciones tanto religiosas como sacerdotales habían decaído grandemente. Por eso el Convento dominicano de Ocaña, tan floreciente en siglos anteriores, en 1788 apenas contaba con ocho religiosos y, medio siglo más tarde, sólo eran uno o dos. La divina Providencia quiso que de las ruinas surgiera una nueva era de gloria.

Para poder entender esto, es preciso repasar un poco las páginas de la historia. En 1597, en la Nueva España, Méjico, entre los numerosos misioneros dominicos llegados de España, surgió la idea de dirigir sus pasos hacia las remotas regiones de la gran China, Japón y Filipinas. Un inmenso campo se abría a sus ansias de evangelizar. Intrépidos navegantes como Magallanes habían llegado a las Islas Filipinas por un nuevo camino. Era el año 1521. Su heroica aventura terminó con su trágica muerte a manos de los nativos filipinos. Sería Juan Sebastián Elcano quien trajera noticias de las nuevas tierras. Sucesivos intentos no tendrían el éxito apetecido hasta que el año 1559 Felipe II ordenó que se preparara una nueva expedición que saldría del mismo Méjico. El 25 de noviembre de 1564, partía al mando de D. Miguel López de Legazpi, la Armada Española con el expreso encargo de conquistar y evangelizar las Islas Filipinas. Por eso, junto a los soldados se embarcaron cinco misioneros agustinos. Más tarde, en 1581, en una nueva expedición llegaba un refuerzo muy importante de nuevos misioneros. Entre ellos, el primer arzobispo de Filipinas, Fr. Domingo Salazar, dominico, junto con tres jesuitas, varios franciscanos y el dominico Fr. Cristóbal de Salvatierra. Éste fue el único que llegó con vida de entre los veinte dominicos que salieron de España acompañando a Mons. Salazar. El Arzobispo tendría pronto la dicha y la alegría de recibir en 1587 a un grupo de quince dominicos más. El grupo era mucho mayor cuando salió de Cádiz el 17 de julio de 1581. El P. Juan Crisóstomo había logrado reunir nada menos que cuarenta religiosos que le habían de acompañar a Filipinas, pero de ellos sólo quince llegarían a Manila. Conviene recordar que entre esos quince, dos eran hijos del Convento de Ocaña: Fr. Diego de Soria y Fr. Juan Cobo.

Así nacía la Provincia de Nuestra Señora del Rosario, llamada de Filipinas, por haber establecido en dichas islas su campo de irradiación misionera por el Extremo Oriente

Esto era solamente el comienzo, pues a la llamada a evangelizar el inmenso campo del Extremo Oriente, iba a responder toda una legión de valientes y heroicos misioneros que voluntariamente se alistaban a esa empresa. La llamada se hacía todos los años en todos los conventos dominicanos, a la cual respondían casi siempre los mejores en saber y santidad. Y así durante tres siglos, centenares y centenares de "locos enamorados" de Cristo y en su misión de anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos se embarcaban, cruzando los océanos, a sabiendas de que muchos no llegarían a su destino, sucumbiendo víctimas de terribles enfermedades o sepultados en el fondo de los mares. Pero esta manera de reclutamiento de misioneros se hizo cada vez más difícil porque las vocaciones escaseaban y las comunidades de los conventos eran más reducidas. Estamos a mediados del siglo de las luces y de la Ilustración. Las ideas anticlericales disfrazadas de progresismo social y científico invadían Europa entera y, por supuesto, España. A principios del siglo XIX el convento de Santo Domingo de Ocaña, perteneciente hasta entonces a la Provincia de España, estaba prácticamente abandonado. Y precisamente a los cuatrocientos años de su fundación comenzaría la etapa más gloriosa de su historia.

Centro de formación

En vista de que el reclutamiento de misioneros resultaba cada vez más difícil, se pensó otra vía para remediar la situación a fin de que no faltasen obreros para sembrar la semilla evangélica se ideó fundar un centro de formación de misioneros.

La Provincia de Nuestra Señora del Rosario estableció en el convento de Ocaña un seminario para misioneros

Esta idea fue muy bien acogida por el P. Maestro General de la Orden, Fr. Joaquín Briz, quien vio en esa iniciativa una manera propicia para salir al paso de las dificultades dichas, como también la posibilidad de restaurar y dar nueva vida al Convento de Ocaña, que ofreció a la Provincia de Nuestra Señora del Rosario para que estableciera en él un seminario para misioneros.

Hechas las debidas diligencias por parte de la Orden entre las Provincia de España y de Nuestra Señora del Rosario, se elevó la propuesta al Consejo Superior de Indias, que dio su beneplácito, pasando el asunto al Rey D. Fernando VII, haciéndole ver la "conveniencia y necesidad de fundar dicho Colegio-Seminario de Religiosos Dominicos con destino a dichas Islas Filipinas, como los tenían ya los Agustinos Calzados y Recoletos, y por entonces solicitaban los franciscanos".

Para ello, el mismo Rey D. Fernando VII dio "las disposiciones pertinentes expidiendo una Real Cédula en la que además lo tomó bajo su soberana protección y lo calificó de importantísimo establecimiento".

Hechas las obras de reparación necesarias, el mismo Maestro General escribió y envió una carta circular a todos los conventos existentes en España, autorizando a los religiosos que lo deseasen, pudieran pasar a la nueva fundación exclusivamente misionera. El 2 de mayo de 1830 ocho religiosos hicieron el juramento de ir a misiones cuando lo mandasen los superiores.

Como primer superior fue nombrado el P. Francisco Mañas, quien como Procurador de la Provincia de Nuestra del Rosario y como Delegado de la misma, había gestionado la adquisición del nuevo seminario misionero.

Puesto ya en marcha el Colegio-Misionero, bien pronto comenzaron a recibirse peticiones de nuevos pretendientes.

El 15 de septiembre del mismo año 1830 tuvo lugar la primera toma de hábito. Entre estos primeros novicios estaba quien más tarde sería nombrado y consagrado Arzobispo de Manila, Mons. Pedro Payo (1876-1889), después de haber ocupado diversos cargos en la Orden.

Este fue el comienzo de una interminable y continua sucesión de peticiones de generosos jóvenes que oyendo la voz del Maestro

"la mies es mucha y los operarios pocos"

llamaban a las puertas del Colegio Misionero para consagrase de por vida a la extensión del Reino de Dios en las lejanas tierras del Extremo Oriente.

En el año 1847 la comunidad la componían nada menos que 78 religiosos. No había cabida para más. Hubo que pensar en construir un nuevo edificio de tres pisos y planta baja, con más de 70 habitaciones, amén de oratorio y diversas aulas. En un año se terminaron las obras y el nuevo edificio pudo inaugurarse el año 1854. Pero ni siquiera esta ampliación fue suficiente y hubo que trasladar los estudiantes de Filosofía al Convento de Santo Tomás de Ávila.

Desde 1831 a 1904 embarcaron para el Extremo Oriente más de 750 misioneros

El dato más importante en esta segunda etapa de la historia de este Convento, es que desde 1831 a 1904 embarcaron para el Extremo Oriente más de 750 misioneros, es decir, diez misioneros por año. Ésta es una gloria difícilmente igualada. Lo es mucho mayor si tenemos en cuenta que, entre esa legión de celosos misioneros, se encuentran más de treinta que fueron consagrados obispos, bien en tierras de misión, bien en España. Tres de ellos fueron Arzobispos y uno Cardenal de la Santa Iglesia, Arzobispo de Toledo, Emmo. Ceferino González.

Y hablando de motivos de gloria, no podemos silenciar la mayor de todos: que este Convento de Santo Domingo cuenta entre sus hijos a cuatro santos mártires elevados al supremo honor del altar. Son: el asturiano San Melchor García Sampedro, el gallego San José Mª Díaz Sanjurjo, el vasco San Valentín de Berriochoa y el catalán San Pedro José Almató, canonizados por el Papa San Juan Pablo II, el día 29 de junio de 1988.

En medio de tanto honor, de tanta luz y de tanta gloria parece natural que aparezcan sombras y nubarrones que amenazan oscurecer al sol mismo. Al conocedor de la historia no se le oculta que los años en los que nacía el nuevo colegio misionero dominicano de Ocaña, fueron muy aciagos y críticos para España, especialmente en el orden religioso.

Por una parte, la crisis económica que sufre nuestra nación, y por otra la fuerza de las nuevas ideas anticlericales que se alzan por doquier, dan origen a que el gobierno trate de encontrar una solución fácil a su bancarrota, apoderándose de los bienes de la Iglesia y suprimiendo todos los conventos y monasterios. Los líderes sociales, unidos a los anticlericales y antirreligiosos, aprovechan las circunstancias para soliviantar a las masas ignorantes y descontentas. El resultado no se hizo esperar. Los días 17 y 18 de julio de 1834 se lanzan al asalto de los conventos de Madrid, matando a varios religiosos. Las escenas se repiten en Reus (22 de julio) y en Barcelona el día 25 con la quema de conventos y la muerte de 16 religiosos. La justificación de tan horribles matanzas fueron las mismas de siempre: las que ya se dieron en las persecuciones en los primeros años de cristianismo. Se acusaba a los frailes de haber envenado las aguas y de que eran los causantes de la epidemia de cólera que se había declarado en Madrid.

Esto sólo era el principio. Bien pronto comenzaron a aparecer decretos por los cuales se daba poder a los gobernadores de provincia para que pudieran suprimir conventos o para hacer imposible la vida a los religiosos. A finales de 1836 llegaba al poder Juan Álvarez Mendizábal. El 11 de octubre de ese mismo año publicaba un decreto que constaba de ocho artículos en los que se veía la clara intención de acabar con todas las Órdenes religiosas.

Más dolorosa fue la fecha del 8 de marzo de 1836 en la que firmaba el Decreto General de Exclaustración. Se trataba de un largo y pormenorizado decreto que constaba de 50 artículos. 

"Quedan suprimidos todos los monasterios e instituciones de varones , incluso las de clérigos regulares y las de las cuatro órdenes Militares y de San Juan de Jerusalén, existentes en la península y posesiones de España en África".

Este artículo primero admitía algunas excepciones, que aparecían en los apartados dos y tres. Entre éstas figuraban los tres colegios misioneros para Asia: el de los PP. Agustinos descalzos de Valladolid, el de los PP. Dominicos de Ocaña y el de los PP. Agustinos recoletos de Monteagudo. La razón que se daba para esta excepción era la siguiente: "los esfuerzos que realizaban en promover la salud espiritual de aquellos indígenas y en robustecer su fidelidad al trono legítimo de España"

Este Decreto de Desamortización tenía que ser convertido en ley y para ello se redactó un nuevo proyecto el 15 de febrero de 1837 para presentarlo en las Cortes. En realidad, era una copia del Decreto del 8 de marzo de 1836. Se introducían algunas modificaciones que eran más exigentes. Así, por ejemplo, se limitaba a ocho el número de novicios que podían admitirse en los colegios misioneros y se fijaba el máximo de religiosos que deberían vivir en ellos.

Superadas estas dificultades y pese a tantas trabas, las vocaciones misioneras lejos de disminuir aumentaban, de tal modo que , como ya dijimos, el año 1854 hubo que edificar un nuevo pabellón para poder albergar y formar a los pretendientes que no cesaban de llegar.

Mas no terminarían aquí las dificultades. Otras nuevas surgirían con motivo de la Revolución filipina de 1897. Los misioneros de las Islas Filipinas fueron perseguidos, maltratados y encarcelados. Las comunicaciones se interrumpieron parcialmente y las remesas de misioneros tenían que dirigirse a Singapur o Hong-Kong. Con todo, el envío de nuevos misioneros a China, Japón, Indochina, Formosa (Taiwán) y a las mismas Filipinas no se interrumpió.

Siglo XX

En el año 1905 el noviciado que venía funcionando en este Convento, fue trasladado al Convento de Santo Tomás de Ávila. Desde esta fecha se convirtió en seminario menor en el que se recibía exclusivamente a jóvenes aspirantes, que debía hacer los estudios previos a los estudios superiores de filosofía. Así funcionó hasta el año 1912 en que también el seminario menor se trasladó al colegio de La Mejorada, en Olmedo (Valladolid). De nuevo se pensó en traer a Ocaña algunos de los cursos de bachillerato en 1935, pero todo quedó interrumpido a causa de la guerra civil en 1936, durante el cual fueron asesinados los religiosos que estaban en Ocaña, mientras que los aspirantes fueron desalojados del colegio y algunos incorporados a filas en el ejército republicano.

Claustro Antiguo. Ocaña

Terminada la contienda civil hubieron de pasar bastantes años hasta que volviera a trasladarse el noviciado a Ocaña. Fue en el año 1948. Desde esta fecha nuevamente la misión principal de este Convento fue la de formar misioneros para los campos de evangelización asumidos por la Provincia dominicana de Nuestra Señora del Rosario.